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Vecinos inoportunos

El otro día fui a casa de una amiga para que me dejase el Bugaboo de sus niñas. Un carrito ultra moderno (pese a tener casi 10 años) y ultra práctico con el que aprendí aspectos de la maternidad en tan solo unos minutos sin tener niños.

Mira, haces click aquí, lo doblas así y ya lo pliegas. Aparentemente fácil. Ah, qué bien. En unos días te lo traigo, ¿esto me cabrá sin problema en el coche no? Claro, se pliega y se queda en nada.

Desvié la atención a mi zona de confort, un vestido también ultra moderno para madres del SXXI más modernas que antaño que quería que se probase. De esos que tienen el corte por debajo de la rodilla y sientan como un guante. Pruébatelo, te quedará fenomenal.

Había quedado a comer y tenía la prisa instalada en el cuerpo. Mi pensamiento se desvió de nuevo al carro ultra plegable. Esto no me cabe en el coche, verás como no lo meto. Salí con el carrito tan hábilmente que en la próxima junta de vecinos seguro que piden derrama para la pintura de las paredes ¿Por qué demonios no sé llevar un simple carrito? A la hora de meterlo en el ascensor casi caigo de cabeza sentada en él.

Esperaba con ansia llegar cuanto antes al bajo pero un vecino hizo que tardase más de la cuenta, ¿bajas? No sabía con seguridad si subía o bajaba a los infiernos. Sí, sí, pero me da que no cabemos. Sí, mujer, si lo ladeas un poco… Genial, mover el carro en un metro cuadrado sin capacidad de girar. Estuve a punto de cogerlo en el aire.

Cuando por fin aterrizamos abajo porque eso fue un aterrizaje forzoso, me encontré con otra barrera arquitectónica peor que los vecinos. Las escaleras. ¿Cómo bajo más de 20 escaleras con esto? El conserje que me vio cara de novata en mi vehículo de tipo B, me advirtió que tenía que dar la vuelta para tomar la rampa.

Una vuelta más larga que un desvío por obras en Madrid. Cuando por fin salí del recinto abrí el coche y me dispuse a meterlo. Ahí empezaba la aventura. ¿Cómo se saca este cacharro? ¿Qué me había dicho? Lo plegué como pude y lo acabé arrojando al maletero como cuando la madre de Tamara iba a los platos atizando con su bolso.

Al llegar a mi casa ahí estaban todos mis vecinos para ver el desembarco. Es como cuando sales de casa sin maquillar y ves a tu vecino, el más guapo de todo el edificio y vas hecha un Cristo, sí, eso también me ha pasado porque nadie tiene un vecino más guapo que yo ni más mala suerte en los momento de verlo que yo.

Al final nos hicimos amigos pasada la barrera del titubeante eh hola, ehhhh hola, ehhh hola. Años más tarde me acabó recogiendo al lavaplatos. Pero volviendo al desembarco reconozco que casi naufrago, hasta me entró el típico agobio de mujer sin hijos de ¡qué clase de madre voy a ser si no sé ni plegar un carro!

Pero ahí estaban mis vecinos para venirme arriba en cuanto al tema logístico ¿es tuyo? ¿algo qué contar? ¿y ese carro? ¡pero bueno! ¿Y eso? Bueno, bueno, bueno… esta tarde nos tomamos un café y me cuentas.

Primero tendría que saber como desplegarlo, fase con la que no contaba. No, no era tan fácil. La rueda de delante se enganchó con la de detrás y había que ayudar con la mano a que eso no intercediese. Conclusión, las manos como si acabara de plantar tomates en la huerta, pero no la huerta del hortelano del Hipercor que lleva limpio el delantal no, de ese no.

Al fin lo metí en mi casa, no sin antes un vecino subiéndomelo a peso porque el ascensor se acababa de romper. Esto sólo acababa de empezar. Madres del mundo, mi admiración.

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