Mientras me tomo mi taza de café leo los titulares de la mañana. Bueno, de café exactamente no porque no me gusta nada. Tengo mi taza ritual como la mayoría de los españoles que encuentran en su taza de cada mañana el primer mal gesto tras quemarse por las prisas y el sosiego de reencontrase con su dosis de cafeína para afrontar el día.
El viernes me dijeron, mientras me daban unas mechas llenas de amoniaco que hacen que curiosamente me vea mejor, que mi desayuno sin café probablemente sea peor que aquellos que hasta que no se toman la cafeína no les puedes ni decir que llevan la camisa al revés o que les queda pasta de dientes en la barba.
O lo que es lo mismo, que no te los puedes ni mirar hasta que el agua marrón les anestesia la rutina. El caso es que como en otras ocasiones he comentado yo soy adicta al Nesquik. Pues bien, me dijeron que aquello que yo doy siete millones de vueltas por la mañana lleva más azúcar que un algodón de feria.
‘¿Eso? ¡Eso es malísimo! Mi nutricionista me ha dicho que es puro azúcar y de cacao nada’. Me sorprende la gente que tiene nutricionista como quien tiene profesor particular de gimnasia o asistente personal como Louis, de Sant Louis de Sexo en Nueva York. Bueno, esto último no tanto porque a mí me encantaría contratar a alguien que me llevase la agenda. Creo que viviría aspirando el aire justo del día y no hiperventilar por tres seguidos.
El caso es que ahora, cuando cojo la lata, esa que se parece más a una caja de toallitas para el culo de los bebés que algo de beber, me pienso bien cuántas cucharadas diluir para que mis análisis no se salgan de madre.
Entre el aceite de palma, los azúcares… estoy acojonada cada vez que como. El Nesquik, aquello que con tanta pasión tse aferrabas de pequeña de repente te dicen que poco menos subirás al infierno calórico, eso sí, entre algodones de azúcar.
Ir al supermercado es ya toda una aventura, yo no sé ya para donde mirar. Por no decir las excusas que le pongo al de las hamburguesas para evitar decirle que no me gustan nada y que cuando voy al McDonalds me salva la ensalada y las patatas que me como a las 4 de la madrugada cuando todos comen hamburguesas como si vinieran de correr la maratón de Nueva York y lo único que hemos hecho es dar cuatro pasos por la pista de baile.
Me voy a comprar una lupa y voy a dejar hueco en la agenda para ir al super. Porque como tenga que leer todos los ingredientes mis carreras por el supermercado habrán muerto. El otro día leí en una caja de galletas que estaban exentas de aceite de palma y estuve a punto de gritar ¡Milaaaaagro, milaaaagro!
¿No nos deberían de dar productos ‘sanos? Qué clase de porquería comemos que encima pasa los requisitos de sanidad. Al final tanto tacón y tanto glamour y me voy a tener que enfundar el traje de campo para hacerme un ecohuerto.
Images: Living Backstage