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Diciembre en el supermercado

Mi día de fiesta lo he aprovechado para ir al supermercado. Para más cosas, no tengo complejo de seta pero ir al super, al igual que a Ikea es una aventura, y más en estas fechas. Hay gente que echa la tarde y yo sin embargo voy por los pasillos como si estuviera en el París Dakar. Sortear carros en esta época es como bajar un slalom en una pista roja.

¡Manolo! ¡El pavo! ¡Ya han traído el pavo! ¿Señora ya quiere comprar el pavo? Las estanterías están llenas de cajas de pulardas con una pinta que por las fotos parece que la familia se quedará satisfecha. Me apuesto que es como cuando pides algo en Aliexpress y sino que pregunten al farmacéutico por el incremento de ventas post-pavo del Omeprazol.

Señoras que pasan a toda costa sin pensar en los juanetes de los demás, pasan imperando sus ansias culinarias. Otras que se estresan en pleno puente de diciembre porque no se deciden si comprar ya el marisco o esperar un poco más, otros que les echan la bronca a la parienta porque las tenía que haber comprado en agosto porque ahora están muy caras, otras que no encuentran un ingrediente de la receta que la vecina le dio el año pasado… Maridos que se descordinan con los carros a una mano mientras con la otra intentan coger al niño de la capucha para que no se vayan a la zona juguetes.

Los niños… Ese gran mundo ante sus ojos como son las estanterías de todo super que se precie. Esos miles de juguetes que se desbordan de las estanterías y que cuidado con sacarlos en un par de horas porque para ellos son 5 minutos. Que si la Frozen, la Patrulla Canina… Qué llevan esos juguetes, ¿oro? En mi época no eran tan caros ahora son puro caviar iraní.

¿Y los turrones? Cada vez que paso por esas mesas en las que cabrían 20 familias enteras me digo mentalmente… Jara, no, todavía es pronto, resiste, aguanta… Como un parto que sabes que es inminente y tienes unas contracciones que lo único que quieres es empujar. Esto es lo mismo, sabes lo que viene, es inevitable comprar.

Y cuando creías que Suchard para empezar era una buena idea enseguida te viene una señorita muy simpática que te ofrece bombones de Lind que los han sacado sabe Dios de cuántos sabores y colores y al final acabas comprando una bolsa al peso con más colores que en la tienda de Ágatha Ruíz de la Prada.

Así que después de sortear señoras estresadas, maridos desorientados, niños que berrean y salen de los pasillos amenazando con la mirada como si supieran el final del cuento, llegas a la caja, pones todo en la cinta, dejas los huevos como el último paquete y la cajera/o, que en este país otra cosa no pero susceptible somos y mucho, y cuando te diga hasta donde, gritas bien fuerte… ¡Hasta los huevos!

Me encanta ir al súper, es muy divertido.

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