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‘Todas las mujeres que habitan en mí’, el disco de Vanesa Martín que juega en otra dimensión intelectual

Era un frío otoño, en un pueblo colindante a Madrid. Una canción a capela y comenzó a crear el lienzo que le ha llevado a pintarse en acuarela.

Era la primera vez que la descubrí, un auditorio pequeño, cálido, en el que bajar las escaleras laterales para acercarse era un trámite obligado en el que deshacerte de la curiosidad.

En ese lugar intuí a una mujer sin prisa, donde las frases no eran hilos de palabras sino conexiones con epicentro en todas las emociones. Varios golpes en el pecho, palmadas resonantes en un pantalón de cuero, donde cada canción estaba hecha con esmero.

Vanesa Martín acaba de publicar ‘Todas las mujeres que habitan en mí’, su último álbum de estudio, después de que medio mundo haya entendido que su música arrastra ese lenguaje intangible que nos hace susceptibles.

Con el mismo frío pero en la céntrica calle Princesa de Madrid se presentó ante los medios como si volviera a la raíz. De ese punto de partida tiene bastante su disco pero con una evolución que te lleva nuevamente a la revolución.

Junta las manos con nervios y a la vez parece que le hace un homenaje a su hogar. Las coloca en ese grado exacto tan cálido por el que se arranca Andalucía, tiene la pasión del sur y una expectante cautela del que sabe que su disco ya vuela.

Sus ojos se posan en cada uno de los periodistas que le lanzan aquello que su música siempre aclara y es que no hay nada más franco que abrir ese instante en el que has sido tú y mostrarlo sin piedad y con desgarro a aquel que pregunta con descaro a lo que un día viste tan claro.

Su risa es fuerte y devastadora, sus ojos se rasgan y se pierden para pensar a solas entre la multitud, esos que se descubren cuando su dedo pone firme una estética que se descontrola por el impulso de cada acorde. Se separa el flequillo rebelde una vez más para coger su guitarra y dejar sin palabras hasta al que está detrás de la barra.

Un aperitivo que vino después de sentarse al piano y donde a todos nos faltaron manos. Las hojas del otoño cayeron más fuerte, desde la ventana se escuchó la revolución natural, poco sutil, hasta ellos quisieron que llegara abril.

Un disco apto para el que siente de manera arrolladora, un homenaje a aquellas mujeres sinceras y honestas que han marcado su vida y la han hecho a su medida. Esa que sobrepasa en las distancias cortas y que tres personas han saltado la barrera para fusionarse con ella en su genialidad. Abel Pintos, Mariza y Kany García son cómplices de todos sus matices.

Cuando parece que ya no va a volver, regresa y baja las escaleras, mira a la multitud, se agarra la americana y contiene la emoción que guarda pero que previamente se ha encargado de plasmar en su obra.

Me acerco, me doy cuenta de sus suspiros satisfechos, de que juega en otra dimensión intelectual que nadie nunca describirá. Ella entra dentro de ese firmamento lleno de talento que no me extraña que haya cautivado a Sabina, un legado de sonido, que no quedará en el olvido.

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Images: Living Backstage

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