La primera vez que conocí a Manuela fue en la fiesta que daba Dior con motivo del lanzamiento de su última fragancia en la Plaza de Colón de Madrid. Hace poco lo recordábamos en la gran fiesta de Armani, que nos devolvió al terreno olfativo, esta vez con Acqua di Gio y su embajador Aaron Taylor-Johnson.
Cuando acabé de entrevistarla, en una de esas noches necesarias cuando termina el verano y se mete una de lleno en la incertidumbre otoñal, vino Mamen, fotógrafa eminentemente de moda y me mostró una foto con alma de analógica. “Os he hecho esta foto, tenía que hacerla, porque he visto de lejos la emoción”, me dijo. La guardo en papel, y en la mente también.
Siguiendo con reliquias, saqué mi bloc de las preguntas, un cuaderno en vías de extinción de cuando en Madrid Fashion Week te daban una libreta de bienvenida antes de encerrarte a ver las colecciones venideras, solo los compañeros de moda sabrán que esa libreta era una especie de trofeo por ver solamente durante unos días el sol saliente.
Cuando terminé el trabajo, Manuela me agradeció que me lo hubiese preparado. Cuando se fue, me emocioné. No es habitual que te reconozcan el trabajo, nunca lo pretendo, doy por hecho que es mi labor, pero la manera con la que Manuela se conmovió, me dejó a mí en terreno de nadie y con la emoción en el pecho un poco más apretada.
En nuestro debut aromático llevaba una de las blazers más bonitas que ha confeccionado Victoria y vestía de blanco según la etiqueta, el dress code para los modernos. Si por algo se ha caracterizado la actriz en sus apariciones en las alfombras rojas son por sus cuidados y espectaculares estilismos.
No vengo a repasar la prolífica carrera de Manuela Velasco porque a estas alturas no haría ningún tipo de spoiler aunque quizá algunos no sepan que debutó siendo una niña de la mano de Pedro Almodovar, que sería actriz, pocas dudas quedaban. Quién no la recuerda en ‘Rec’ que le valió un Goya a la mejor actriz revelación, los grandes momentos que nos dio en ‘Velvet’ o la exitosa serie de sobremesa ‘Amar es para siempre’, que tanto alegró a su madre.
Ahora triunfa en el teatro con ‘Un delicado equilibrio’, una obra cumbre del teatro americano del siglo XX de Edward Albee, Premio Pullitzer de 1967 que nos muestra una reflexión brillante sobre las relaciones familiares y las de amistad, bajo la dirección del prestigioso director argentino Nelson Valente y donde comparte cartel con compañeros como Alicia Borrachero o Ben Temple.
Cuando me acerqué a verla al teatro hace unos días me colé en el subterráneo de la misma plaza donde nos habíamos conocido, el Teatro Fernando Fernán Gómez se halla en los bajos de Colón, es uno de esos teatros que sustenta la vida rápida y profundiza en la retrospectiva de la cultura en los fondos. Por ese océano, merodea gente que confirma asuntos urgentes en la vía de la rapidez. El director del teatro sale a explicar el motivo por el que no pueden sonar los móviles y yo me pregunto en qué punto se nos olvidó la sensatez. Lo pide rogando y desde ese momento le he encontrado sentido venir a ver porque derroteros se encuentra la vida de la que parece que hemos desconectado.
Siempre me parecerá asombroso la capacidad de retención de los actores, el resto de mortales se nos olvida la lista de la compra en casa y es un drama superior. Cómo puedes transformarte en alguien que no eres y mantener en vilo al espectador. Más de dos horas en las que la gente solo movía la pupila mientras su cabeza rezaba por un camino diferente a su realidad en esa importancia de abrir caminos a la rutina.
Cuando salí del patio de butacas, me crucé con la chica que estaba en la taquilla, le pregunté por Manuela. “¿La buscas porque eres amiga de Manuela?, te lo pregunto porque todos son muy majos, siempre, no tengo queja de ninguno pero es que Manuela… ¡Manuela es tan cariñosa, tan simpática, se porta tan bien con nosotros!”.
Aquella chica me confirmó, sin pretenderlo, el legado más importante que ha aprendido de su tía, la actriz Concha Velasco. Una señora que la gente quería por su profesionalidad pero también por su trato más humano. Manuela tiene una carrera por méritos propios y está a la altura de esa gran figura que dio tanto linaje a la cultura. Porque daba igual el traje, lo importante era el lenguaje. Un miura de la interpretación, que causó una gran revolución, más allá de la función.
Images: Javier Naval.