La noche que encendí la televisión tomé conciencia de las dimensiones del concierto de Alejandro Sanz. Varios periodistas apostados en el Wanda Metropolitano preguntaban a la gente congregada cuánto tiempo llevaban esperando a los Rolling. La respuesta no dejó indiferente. Yo, por quien estoy esperando, es por Alejandro Sanz. Un prime time que resonó a esperanza y alegría y borró la monotonía.
También fue premonitorio, un éxito rotundo, allí estaba medio mundo. Asomarse desde un palco del Wanda fue ver territorio neutral, exento de rutina no de costumbres sino de imposiciones en cadena de un planeta al que a veces le sacan grietas. Pero allí estaba esa marea, que solo entiende de horizonte, no sabes cómo te dejamos el campo, Simeone.
Repleto de cosas buenas, una energía de la que podían salir planetas de esperanza, donde la música reparó corazones partíos y es que a Alejandro Sanz se le han juntado dos constelaciones. La de artista universal y persona excepcional.
Dicen que hay emociones que no se pueden ni siquiera describir y puede que haya sido una noche en la que esa frase se haya cumplido pero también ha removido con una fuerza que solo tiene la música. Con canciones de su último disco ‘Sanz’ y algunas de antes, nos salieron lágrimas a borbotones. Un cóctel emocional en nuestro particular terreno neutral. Porque cerré los ojos, una fotografía sin carrete, un viaje sin billete, vi todo lo que esperaba y no me fui con todo lo que llevaba.
Una mochila se vino conmigo, también nuevos amigos, no es una broma ni algo en vano escrito. Mira que lo haces bonito, aunque no creo que sea nada fortuito. Tú tienes un don y la capacidad de transmitirlo es el colofón.
Querido Alejandro Sanz; esto no se puede ni explicar, es una vibración que te acaricia el corazón, tu música, tu gente, el mundo entero es tu tablero, todos queremos jugar y nos queremos dejar llevar. Por ti sí, porque la melodía y la bondad es la que necesita la humanidad.
Images: Cortesía Universal Music.